marzo 18, 2008

2 veces

Si Dios nos hizo con dos ojos, dos orejas y una sola lengua es porque se debe escuchar y mirar dos veces antes de hablar.

INSTRUCCIONES PARA DAR CUERDA A UN RELOJ




Piensa en esto: cuando te regalan un reloj te regalan un pequeño infierno florido, una cadena de rosas, un calabozo de aire. No te dan solamente el reloj, que los cumplas muy felices y esperamos que te dure porque es de buena marca, suizo con áncora de rubíes; no te regalan solamente ese menudo picapedrero que te atarás a la muñeca y pasearás contigo. Te regalan -no lo saben, lo terrible es que no lo saben-, te regalan un nuevo pedazo frágil y precario de ti mismo, algo que es tuyo pero no es tu cuerpo, que hay que atar a tu cuerpo con su correa como un bracito desesperado colgándose de tu muñeca. Te regalan la necesidad de darle cuerda todos los días, la obligación de darle cuerda para que siga siendo un reloj; te regalan la obsesión de atender a la hora exacta en las vitrinas de las joyerías, en el anuncio por la radio, en el servicio telefónico. Te regalan el miedo de perderlo, de que te lo roben, de que se te caiga al suelo y se rompa. Te regalan su marca, y la seguridad de que es una marca mejor que las otras, te regalan la tendencia a comparar tu reloj con los demás relojes. No te regalan un reloj, tú eres el regalado, a ti te ofrecen para el cumpleaños del reloj.

Julio Cortázar, Cuentos Completos 1996.

La Breve Historia del Señor Escobillón

El Señor Escobillón se jactaba de ser alguien muy distinguido, no tanto por su trabajo, como por su delgada y alta contextura, y sobre todo, por su inconfundible bigote, sólo digno de un señor de su tipo.



A pesar de esto, el Señor Escobillón, tenía una gran pena: gracias a su inconfundible bigote la señora de la casa lo mantenía constantemente barriendo; la cocina, el baño, los dormitorios y el patio. Cada día, y luego de que la casa estaba limpia, el Señor Escobillón volvía al armario de los útiles de aseo, donde los demás utensilios se burlaban de él:

-¿Cómo fue a ensuciar su bigote, Señor "Escoba"?- se mofaba el trapero.

-¿Y dónde quedó toda su elegancia?- reía gustoso el sopapo.

- Una persona tan distinguida haciendo ese de trabajo - murmuraba el plumero. Y todos reían, gozando de la triste suerte del pobre Señor Escobillón.

Ya cansado de las burlas constantes de los demás, una noche decidió afeitarse el bigote de una vez por todas, para no tener que volver a barrer. Un gran acontecimiento sería cuando ya nadie se burlara de él y volviese a ser tan elegante, como siempre se suponía que fuese.

Temprano por la mañana estaba listo para callar las burlas de todos con su nueva imagen, un Señor Escobillón rejuvenecido sin el bigote. Pero las cosas no fueron como esperaba:

-¡¿Qué es esto?!- graznó la señora de la casa -¡¿qué es lo que le ha pasado a mi escobillón?!- cacareó.

El Señor Escobillón, orgulloso de su nueva apariencia, sólo esperaba el momento en que la señora de la casa comenzara a alabarlo: a decirle lo joven y buen mozo que lucía; lo esplendido que le sentaba el cambio. Sin embargo la respuesta fue muy diferente:

-¡Muy bien!- suspiró la señora –como ya no tienes tu bigote, no me sirves para nada -

Y diciendo estas palabras lo tomó por su largo y espigado cuerpo y lo llevó directo al tacho de la basura, donde lo dejó por inservible.

Desde entonces, una escoba ocupa el lugar y hace el trabajo del elegante Señor Escobillón, de quien ya nadie se acuerda.